Visitas Reales a la Catedral

La emperatriz Eugenia de Montijo

Hace casi cincuenta años, en el establecimiento de un prestigioso librero anticuario de Madrid, encontré un mamotreto tamaño gran folio, de 310 hojas, titulado Ceremonias y Régimen de Coro. Comienza con un prólogo del entonces deán Pedro de Carvajal, fechado en 1603. Explica D. Pedro que es un tratado fiel de otro libro de ceremonias que dejó escrito Juan Rincón, racionero socapiscol y maestro de ceremonias de la Santa Iglesia Catedral. En éste se incluye una pormenorizada relación del canto de la Sibila, toque de campanas, exequias fúnebres, etc.

Al final del mismo aparecen cosidas diferentes relaciones manuscritas sobre recibimientos a cardenales y reyes. En total son diecisiete las mencionadas en el libro. Comienza con la visita al templo del rey Carlos II en 1698 y termina con el entierro del cardenal Sancha en 1909. Aprovechando que el último folio estaba en blanco, me atreví a completar la relación de visitas ilustres con la descripción de la que creo que ha sido hasta ahora la última visita oficial con mayor ceremonial. Me refiero a la de la reina Beatriz de los Países Bajos con su esposo el príncipe Klaus acompañados de los reyes de España en 1985. Contó con toque de órganos y recibimiento por parte del cabildo, presidido por el entonces cardenal primado D. Marcelo González Martín.

Entre todas las visitas reales, aprovecho este espacio para recordar la de la Emperatriz de los franceses y esposa de Napoleón III, la española Eugenia de Montijo, el 24 de octubre de 1863.

Tres días antes de esta visita, se trasladó a Toledo desde Madrid el entonces cardenal arzobispo Fray Cirilo Alameda y Brea (el inquieto Padre Cirilo), que decidió se preparase con toda ostentación, colocando la rambla en la puerta del Perdón con su colgadura correspondiente. Mandó fuera recibida por una comisión formada por dos dignidades, cuatro canónigos y cuatro beneficiados, a los que se unirían el deán y el arcipreste. Que se pusieran las reliquias y alhajas en la sacristía como se hace en iguales visitas y que se tocaran los órganos a su paso.

A pesar de los preparativos de la visita prevista para el día 23, la emperatriz alojada en el Palacio Real de Aranjuez comunicó por telegrama que vendría al día siguiente, indicando asimismo que no quería recibimiento oficial alguno. Venía de incognito desde su salida de Francia, ocultando su título imperial y utilizando el de condesa de Teba.

Así, el deán cambió todo el protocolo y solo dos dignidades y dos canónigos con manteo y bonete la acompañarían, desde la puerta por donde quisiere entrar.

A la una de la tarde llegó en carretela abierta a la puerta del Perdón, acompañada de su sequito y autoridades. Entró por la puerta de Palmas y en el interior la esperaba el cardenal arzobispo y la comisión nombrada. Dentro de la iglesia había tal multitud que el arzobispo la invitó a subir a su palacio para descansar, accediendo por la pequeña escalera interior que aún hoy es usada para subir y bajar al templo por los prelados.

Allí recibió los saludos de las autoridades, visitando después la biblioteca del cabildo. Regresó a la catedral por el mismo acceso y fue directamente a la capilla de la Virgen del Sagrario. Tal respeto le supuso que no quiso subir la escalerilla preparada para besar el pie de la Virgen. Pasó también a la sacristía donde admiró todos los objetos allí colocados. A continuación, fue a la capilla mayor, coro, sala capitular y las capillas de Álvaro de Luna y Reyes Nuevos. Finalmente, atravesó el claustro y salió por la puerta del Niño Perdido o del Mollete, dando por concluida su visita.

 

– Luis Alba González –
Académico Numerario de la Academia Real de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo