TOLEDO, CORAZÓN DE ESPAÑA

Toledo se parece, ¿a qué se parece? A ninguna otra ciudad española o extranjera, aunque algunas han tomado su nombre (en Estados Unidos hay un Toledo en Ohio, como en Belice o Filipinas), que nada tienen que ver con ella, al ser única. Se da uno cuenta al subir la cuesta que le conduce al casco urbano y empezar sentir la eternidad, el desvanecerse del tiempo y espacio.

Ya en lo alto de la planicie manchega, confirma que nada ha cambiado, no ya en siglos sino edades, desde que fue primera capital de la España Visigoda (había sí, un reino suevo, pero en Galicia, muy lejos, y además, fue absorbido).

Pero en aquellas calles empedradas, en aquellas plazuelas irregulares, en aquellos patios interiores, dominadas por los dos grandes baluartes de la ciudad, la catedral y el alcázar (que hubo que reconstruir tras una de nuestras locuras) se encierra todo el espíritu español, especialmente en la primera, la mayor del país. No porque tenga cinco naves y numerosas capillas, sino porque allí se celebraron los concilios, el Tercero especialmente, donde Recaredo abjuró del arrianismo y convirtió España en defensora de la fe católica, que si bien nos trajo pesadas cargas, nos dio fuerza para mantenernos en Europa en vez de pertenecer al mundo islámico.

Porque Toledo nunca dejó de ser cristiana. “Hasta hace poco se creía —escribe Antonio Ubieto en su Historia de la Edad Media— que Toledo fue conquistada tras siglos de lucha entre musulmanes y cristianos bajo Alfonso VI. Pero lo que realmente hubo fue una fusión con el reino de Castilla y León”. Y nada de extraño tiene que pronto recuperase la capitalidad política, cultural, económica y religiosa, con el título de Primado, a su cardenal.

Bajo los Alfonsos VI, VII, VIII, el de las Navas de Tolosa,
X el Sabio, historiador y poeta, que usó la pluma tanto o más que la espada, se amplió el reino e hicieron de la ciudad foco de cultura con una Escuela de Traductores, que incluyó el Corán, tan adelantada a su tiempo estaba, y logró fama en Europa.

Eran los tiempos de Las Cántigas de Santa María, de El Cantar de Mío Cid, de Las Partidas, de La Crónica General, de El Saber de Astronomía, mientras se alzaba la Catedral, en la que quedan restos de una mezquita, que a su vez se alzó sobre una iglesia. Aunque quedaron en pie mezquitas y templos judíos, mostrando la convivencia de las tres culturas.

Cuando la impresionante basílica cumple 800 años, es un buen momento para meditar sobre lo que España fue, es y será, desde un lugar donde se ha detenido el tiempo, en vez de pelearnos. O, por lo menos, dejarse mecer por lo que fuimos.

 

José María Carrascal

Periodista