La Virgen del Sagrario

Patrona de la ciudad y de la Catedral Primada

Este reportaje se publicará en vísperas de la festividad de la Asunción de la Virgen que, cada 15 de agosto, conmemora la glorificación de la Virgen en cuerpo y alma en el cielo. Y se gestó los primeros días del año, tras la repentina muerte del canónigo emérito-archivero de Toledo, don Ramón Gonzálvez Ruiz, que dejó constancia de su devoción mariana en innumerables trabajos como el que publicamos en el segundo número de esta revista. Sobran pues los motivos para presentarles a continuación a la Patrona de Toledo, la Virgen del Sagrario, que reina en la Primada junto con otras imágenes de Santa María como la Virgen del Tesoro, la Virgen Blanca y la Virgen del Altar Mayor.

La Primada está acogida desde su origen al patrocinio de la Virgen María. La inscripción visigótica de la Capilla de la Descensión da cuenta de la primera consagración al rito católico de la primitiva catedral, ceremonia que tuvo lugar en el año primero del reinado de Recaredo el día 14 de abril del 587.

Pero hasta el S XII no llega a la catedral de Toledo la primera representación conocida de la Virgen, una pequeña imagen de madera procedente de Limoges, (que posteriormente fue chapada en plata en el SXVI), y que actualmente está expuesta en el Museo de la Catedral.

En el S.XIII, con motivo de la segunda consagración del templo, el obispo fundador de la nave gótica, Jiménez de Rada, encarga la imagen de la Virgen del Sagrario para la Capilla central de la Catedral, pero en el S.XIV es sustituida por la actual talla que preside el retablo del Altar Mayor.

En el año 1300 también llega al Coro de la Catedral una estatua de alabastro de la Virgen Blanca donada por el arzobispo Gonzalo Pétrez, pero los toledanos ya habían elegido como su patrona a la imagen de la Virgen del Sagrario que presidía el antiguo “sacrarium” (del que adopta su nombre), y que posteriormente fue entronizada en la actual capilla tras la remodelación del espacio encargada por el cardenal Quiroga a finales del S.XVI, que fue inaugurado con gran solemnidad por el Felipe III en 1616, en vísperas de la Asunción de la Virgen, en una ceremonia que incluyó el estreno del auto sacramental San Ildefonso y la Virgen del Sagrario, compuesto por el gran dramaturgo y capellán catedralicio, Calderón de la Barca.

La festividad de la Asunción de la Virgen

 

En Toledo se celebra la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen como una de las festividades más señaladas del calendario cristiano al hacer referencia al dogma de fe que afirma que María, después de su vida terrenal, fue llevada al cielo en cuerpo y alma. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (#966) lo explica así: «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte». Y el Papa San Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, aseguró que “El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio» (San Juan Pablo II, 2-julio-97).

En la catedral Primada, las celebraciones comienzan ocho días antes del Día de la Virgen con el llamado Octavario en honor a su Patrona. Y para la organización de todos los actos, desde 1924, el cabildo cuenta con el apoyo de una asociación de laicos que procesan especial devoción a la Patrona de Toledo (Esclavitud de la Virgen del Sagrario). El calendario festivo arranca cada 7 de agosto con una celebración litúrgica en la capilla del Sagrario en la que se descubre el velo que protege a la Virgen y se la muestra vestida. A continuación, la imagen es llevada en procesión hasta un altar que se instala en el interior de la puerta de los leones, donde permanece hasta el cierre de la Catedral el día 15, cuando después de celebrar la solemne Eucaristía presidida por el Arzobispo y llevar la imagen de la Virgen en procesión por las naves catedralicias, terminan los cultos con los que se honra a la madre e Dios. Al día siguiente, la imagen volverá a ocupar el trono de la capilla, sin su vestido ceremonial, a la espera del próximo Octavario.

La tradición de vestir cada año a la Virgen es un privilegio que realizan exclusivamente las llamadas “camareras” de la Cofradía de la Esclavitud, aunque el resto de cofrades participan en la organización de todos los actos. El año pasado, el joven artista toledano Rodrigo Navarro García (miembro de la cofradía de la Esclavitud), también hizo posible que la Virgen del Sagrario volviera a lucir un manto restaurado que copia al que fue robado en la catedral en 1936.

 

LEYENDAS DE LA VIRGEN DEL SAGRARIO DE TOLEDO

Los pozos de la primada

 

La primera leyenda se remonta al siglo XVII, cuando comenzó la tradición de ofrecer el agua de los pozos de la catedral para calmar la sed de los vecinos y visitantes que llegaron a Toledo durante los ocho días de fiestas que acompañaron la inauguración de las obras de la Capilla de la Virgen del Sagrario en agosto de 1616.

Cuenta la leyenda que entre el tumulto de la gente que se acercó a la Primada, un niño murió por un golpe de calor, pero volvió a la vida después de beber el agua de una de las jarras que ofrecían los sacerdotes del Cabildo. La fama de las aguas de la catedral fue tal que, durante años, las autoridades eclesiásticas la distribuían desde unas tarimas exteriores de madera, y muchas personas experimentaban sorprendentes mejoras de salud física o emocional al beberla en Toledo durante el Octavario de su patrona.

El poder milagroso de esa agua se atribuye, por error, al hecho de que la imagen de la Virgen del Sagrario pudo ser escondida en los pozos del claustro para protegerla de la invasión árabe (la fecha de la imagen es posterior). También se atribuye, sin base científica, al efecto de las algas y hongos alucinógenos que pueden tener las milenarias paredes de los pozos catedralicios (algo que todavía no ha sido estudiado). Sea como fuera, el cabildo catedralicio mantiene viva en la actualidad esa tradición cada 15 de agosto, distribuyendo en el claustro agua del pozo que los fieles y visitantes beben en vaso o en los tradicionales botijos de barro.

La aljorca de oro

En el primer tomo de sus Obras Completas y con el título “Leyenda 4. La Aljorca de Oro”, Gustavo Adolfo Bécquer narra la segunda leyenda en torno a la Virgen del Sagrario, la historia de un joven (Pedro) que por indicaciones de su amada (María), asaltó la catedral por la noche para robar la pulsera que adornaba la imagen. Y, obviamente, creemos que no hay mejor fórmula de recrear la leyenda que reproducir algunos fragmentos finales de la obra:

“(…) El mismo día en que tuvo lugar la escena que acabamos de referir se celebraba en la catedral de Toledo el último de la magnífica octava de la Virgen. La fiesta religiosa había traído a ella una multitud inmensa de fieles; pero ya ésta se había dispersado en todas direcciones, ya se habían apagado las luces de las capillas y del altar mayor, y las colosales puertas del templo habían rechinado sobre sus goznes para cerrarse detrás del último toledano, cuando de entre las sombras, y pálido, tan pálido como la estatua de la tumba en que se apoyó un instante mientras dominaba su emoción, se adelantó un hombre que vino deslizándose con el mayor sigilo hasta la verja del crucero. Allí, la claridad de una lámpara permitía distinguir sus facciones. Era Pedro.

 (…) Pedro hizo un esfuerzo para seguir en su camino; llegó a la verja y siguió la primera grada de la capilla mayor. Alrededor de esta capilla están las tumbas de los reyes, cuyas imágenes de piedra, con la mano en la empuñadura de la espada, parecen velar noche y día por el santuario, a cuya sombra descansan por toda una eternidad. ¡Adelante!, murmuró en voz baja, y quiso andar y no pudo. Parecía que sus pies se habían clavado en el pavimento. Bajó los ojos, y sus cabellos se erizaron de horror; el suelo de la capilla lo formaban anchas y oscuras losas sepulcrales.

 (…)¡Adelante!, volvió a exclamar Pedro como fuera de sí, y se acercó al ara; y trepando por ella, subió hasta el escabel de la imagen. Todo alrededor suyo se revestía de formas quiméricas y horribles; todo era tinieblas o luz dudosa, más imponente aún que la oscuridad. Sólo la Reina de los cielos, suavemente iluminada por una lámpara de oro, parecía sonreír tranquila, bondadosa y serena en medio de tanto horror. Sin embargo, aquella sonrisa muda e inmóvil que lo tranquilizara un instante concluyó por infundirle temor, un temor más extraño, más profundo que el que hasta entonces había sentido.

 (…)Tornó empero a dominarse, cerró los ojos para no verla, extendió la mano, con un movimiento convulsivo, y le arrancó la ajorca, la ajorca de oro, piadosa ofrenda de un santo arzobispo, la ajorca de oro cuyo valor equivalía a una fortuna. Ya la presea estaba en su poder; sus dedos crispados la oprimían con una fuerza sobrenatural; sólo restaba huir, huir con ella; pero para esto era preciso abrir los ojos, y Pedro tenía miedo de ver, de ver la imagen, de ver los reyes de las sepulturas, los demonios de las cornisas, los endriagos de los capiteles, las fajas de sombras y los rayos de luz que, semejantes a blancos y gigantescos fantasmas, se movían lentamente en el fondo de las naves, pobladas de rumores temerosos y extraños.

 (…)Al fin abrió los ojos, tendió una mirada, y un grito agudo se escapó de sus labios. La catedral estaba llena de estatuas, estatuas que, vestidas con luengos y no vistos ropajes, habían descendido de sus huecos y ocupaban todo el ámbito de la iglesia y lo miraban con sus ojos sin pupila. Santos, monjes, ángeles, demonios, guerreros, damas, pajes, cenobitas y villanos se rodeaban y confundían en las naves y en el altar. A sus pies oficiaban, en presencia de los reyes, de hinojos sobre sus tumbas, los arzobispos de mármol que él había visto otras veces inmóviles sobre sus lechos mortuorios, mientras que, arrastrándose por las losas, trepando por los machones, acurrucados en los doseles, suspendidos en las bóvedas ululaba, como los gusanos de un inmenso cadáver, todo un mundo de reptiles y alimañas de granito, quiméricos, deformes, horrorosos.

 Ya no pudo resistir más. Las sienes le latieron con una violencia espantosa; una nube de sangre oscureció sus pupilas; arrojó un segundo grito, un grito desgarrador y sobrehumano, y cayó desvanecido sobre el ara.

 Cuando al otro día los dependientes de la iglesia lo encontraron al pie del altar, tenía aún la ajorca de oro entre sus manos, y al verlos aproximarse exclamó con una estridente carcajada:

-¡Suya, suya!

 El infeliz estaba loco .”