Ivan Cerdeño

Aquellos Maravillosos años

No hay otra institución educativa en la ciudad más estrechamente vinculada a la Catedral de Toledo que el colegio donde me formé y comencé a convertirme en lo que hoy soy, allí donde pasé buena parte de mi infancia y el que me permitió conocer su grandiosidad desde los ojos de un niño, un privilegio del que no fui del todo consciente hasta transcurridos bastantes años. Porque el fin fundacional del Colegio Nuestra Señora de los Infantes, creado en 1557 por el Cardenal Silíceo, es el de contribuir con acólitos y escolanos a la dignidad del culto y a la mayor solemnidad de las ceremonias litúrgicas de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo.

Escribiendo estas líneas se agolpan múltiples y gratos recuerdos de momentos vividos en Toledo, en sus estrechas calles y en su Catedral Primada. Es importante, llegados a este punto, confesar que contaba (y lo sigo haciendo) con una voz poco diestra, siendo generoso tirando a discreta, de manera que era impensable que pudiese formar parte de los seises, esas voces blancas y agudas del Coro de la Catedral y su Capilla de Música. Así, ante la imposibilidad de incorporarme a la escolanía del colegio lo hice en su cuerpo de acólitos. Mientras los seises inundaban de voz y talento el templo, un ejército de torpes acólitos ayudábamos en lo que podíamos en la liturgia. Finalizada la misa y aún revestidos, los seises, con sus sotanas coloradas y sobrepelliz blanca, y nosotros, con ese hábito blanco que hacía que los turistas nos confundiesen con pequeños monjes, correteábamos por las naves de la catedral mientras, casi sin querer, nos íbamos empapando de su belleza en los días fríos del invierno y en las tardes de primavera y otoño.

Son muchas las intrascendentes vivencias y peripecias que pudiera relatar, pero sí me gustaría destacar dos de los elementos de la catedral que más me impresionaban entonces: el churrigueresco Transparente de Tomé y la Campana Gorda. El primero seguramente por cuestiones de carácter espiritual a las que no llegaba aquel niño y que están íntimamente asociados a la majestuosidad de su luz. Tras el altar mayor, el transparente queda iluminado y llena de luz parte de la catedral, esa luz tan especial de Toledo y que tanto se echa de menos cuando uno se encuentra lejos. Lo de la Campana de San Eugenio es algo menos prosaico, vinculado al espíritu aventurero de esas edades. Porque rota desde su primer tañido, la Campana Gorda parece salida de un cuento y hasta el campanario que la alberga subimos sus dos cientos y medio de escalones en más de una ocasión sin que nadie reparase en ello.

Todo sucedió durante aquellos maravillosos años.

 

Iván Cerdeño
Chef del restaurante El Cigarral del Àngel