LA BENDICIÓN DE LA NUEVA CATEDRAL DE TOLEDO

Por D. Juan Manuel Sierra López, canónigo Capellán Mozárabe de la Catedral de Toledo

Corría el año del Señor de 1226, cuando el 14 de agosto, según narran las crónicas y documentos de la época, el Arzobispo de Toledo y el Rey de Castilla colocaron la primera piedra de la nueva Catedral de Toledo.

El solemne rito de bendición y colocación de la primera piedra daba inicio formal a una gran empresa que se coronaría a finales del siglo XV y que nosotros, en la actualidad, podemos contemplar y disfrutar.

La hermosa síntesis de fe y cultura, que resplandece en la Catedral de Toledo, nos introduce en la historia de España y en la historia de la Iglesia. Al mismo tiempo, nos involucra en el presente para proyectarnos con esperanza hacia el futuro.

 

Consagración de una iglesia

En la Biblia se narra la consagración del templo de Jerusalén, edificado por el rey Salomón (1 Re 8,1-66). También se volvió a dedicar el nuevo templo edificado tras el destierro de Babilonia (Esd 6,15-18) y en tiempos de los Macabeos (1 Mac 4,36-59).

De la misma manera, en el mundo pagano se consagraban los templos y los altares para que solo tuvieran un uso religioso y quedaran vinculados a la divinidad.

Dentro del cristianismo, cuando la Iglesia gozó de paz y libertad para sus celebraciones litúrgicas, se pudieron construir lugares específicos para el culto y también se optó por bendecir y consagrar los espacios litúrgicos, de forma especial el altar. Así aparece en Eusebio de Cesarea (hacia el 318), en San Ambrosio (386), Egeria (386) y otros autores de la época.

La dedicación o consagración de una iglesia no solo constituía un gran acontecimiento para la comunidad cristiana que iba a comenzar a utilizar este edificio, sino que los cristianos de los alrededores participaban en la celebración gozosa de un nuevo espacio en que se iba a celebrar la liturgia y se visibilizaba la realidad espiritual de la Iglesia de Cristo, templo de Dios.

Desde el principio, el momento más importante de la bendición es la celebración de la Eucaristía. El hecho de la celebración eucarística producía la consagración de un espacio que se destinaba a la reunión de la comunidad cristiana, pues constituía (y sigue constituyendo) el acto esencial de la acción santificadora de Cristo, que junto con la Iglesia se ofrece a Dios Padre.

Con la formación de los distintos ritos y familias litúrgicas, también las ceremonias de consagración de iglesias y altares fueron experimentando un paulatino desarrollo, que presenta oraciones y acciones diversas en cada rito: rito bizantino, rito galicano, rito hispano, rito romano… Además, con el paso de los años, se fue enriqueciendo el simbolismo de las celebraciones.

Como ya hemos indicado, la celebración de la Eucaristía bajo la presidencia del obispo ha constituido siempre el elemento central e indispensable de la consagración de una iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Otro elemento que fue adquiriendo un notable desarrollo fue la colocación de reliquias en el altar de la iglesia que se dedicaba. Al menos desde el siglo II era común celebrar la Misa sobre las reliquias de los mártires, cuando era posible, y especialmente en el aniversario de su martirio. De esta manera se subraya la unión del sacrificio de Cristo con los miembros del cuerpo de Cristo (los mártires) que han participado de la pasión y con toda la iglesia peregrina, que se asocia a la iglesia triunfante.

También aparece en el rito de consagración de las iglesias la unción con el crisma (óleo consagrado por el obispo) de las paredes del templo y, sobre todo, del altar; la ablución con agua bendecida (a la que se podía mezclar sal, vino y ceniza, como elementos purificadores y aludiendo a su sentido bíblico), que se hacía sobre el edificio y todo lo que en él se contenía; y la inscripción del alfabeto con el báculo episcopal en una doble franja de ceniza, tranzando una cruz en aspa, dentro de la iglesia.

Unido a todo lo anterior, y como preparación, se desarrolló la costumbre de bendecir el inicio de las obras de construcción de una iglesia con la colocación de la primera piedra: es un rito en el que se pide la bendición divina sobre el edificio que se proyecta construir para la oración y el culto a Dios; al mismo tiempo recuerda a los fieles que el edificio material es signo visible de la Iglesia como realidad espiritual formada por Cristo y los cristianos, y que estos son responsables de la edificación y el cuidado de la casa de Dios en medio de su pueblo.

La primera piedra, que se bendice y se coloca en la construcción de una iglesia, constituye un rito especial que le corresponde presidir al obispo de la diócesis. Se trata de un acto solemne que congrega a los fieles cristianos, especialmente cuando se refiere a la iglesia catedral, como es el caso que ahora nos ocupa. La piedra que se coloca ha de situarse un lugar importante de la nueva construcción: en la parte derecha de la nueva iglesia, cerca del altar y al inicio del ábside o cabecera del templo. Además, debe ser cuadrada, tener grabadas una cruz, el día de su colocación y el nombre del obispo que preside; sus dimensiones deben ser tales que se considere fundamento del edificio que se va a construir[1].