ANTECEDENTES DE LA ACTUAL CATEDRAL DE TOLEDO

Por D. Juan Miguel Ferrer Grenesche, canónigo responsable de Patrimonio de la catedral

 

Los orígenes.

Es muy probable y comúnmente admitido, que el cristianismo llegó a lo que hoy es el territorio de España en el siglo I, en época apostólica. Varias tradiciones tratan de narrar este hecho: la que sitúa a san Pablo en Tarragona, tras su viaje a Roma, como anunciaba el Apóstol en su carta a los Romanos (Rm 15,24); la de Santiago de Compostela o el Pilar de Zaragoza, que hacen a Santiago el mayor venir a predicar a España, atravesando la península Ibérica remontando el curso del río Ebro para llegar al “Finis Terrae” gallego y retornar súbitamente a Jerusalén, donde es el primer Apóstol en morir por orden de Herodes Agripa (Hch 12,2), entre el año 41 y el 44 (acción muy propia de uno de los llamados por su impetuosidad “hijos del trueno”); y finalmente existe también la tradición de los llamados Varones Apostólicos, que llegan al sur de la Hispania romana y fundan comunidades cristianas por la actual provincia de Granada, remontan la vía de la Plata fundando Iglesias por donde pasan y quedando en ellas como obispos, hasta llegar alguno a la región del Bierzo.

Toledo, que por el vado del Tajo fue poblada desde la edad del bronce, se convierte en época romana en una importante base comercial y militar en el centro de Hispania. Sabemos que al inicio del siglo IV poseía ya una comunidad cristiana consolidada y de una cierta importancia, de ella dan noticia su virgen consagrada Leocadia, que muere en la cárcel en la persecución de Diocleciano, y su obispo Melancio, que asiste y firma las actas del famoso concilio de Elvira (303 circa). Todo esto obliga a hacer llegar a la Ciudad las primeras semillas de la nueva fe a finales del siglo II o, a lo más tardar, al inicio del siglo III.

En este punto merece hacer mención a la figura, envuelta en leyenda, del evangelizador y primer obispo de Toledo, san Eugenio mártir. Nada dicen de él las fuentes hispanas hasta que el arzobispo don Raimundo (arzobispo entre 1124 y 1152) pasa por la abadía de san Dionisio, cerca de París, en su viaje para asistir al concilio de Reims (1148, convocado por Eugenio III). Los monjes le muestran en una de las capillas del ábside de su imponente basílica (construida entre 1135 y 1144), los restos que ellos conservan del que tienen por compañero de san Dionisio, su titular y primer obispo de París, y evangelizador y primer obispo de Toledo. Raimundo veía confirmado el origen apostólico de su sede toledana. Como fruto de las investigaciones del prestigioso historiador y canónigo toledano don Juan Francisco Rivera Recio, san Eugenio de Toledo fue identificado como san Eugenio, pastor de Toledo en el siglo VII, y eliminado por completo del culto toledano y de su episcopologio el mártir homónimo.

La posibilidad para construir templos se abre a los cristianos temporalmente con el decreto de tolerancia de Constantino  (Milán 314) y de un modo permanente con la decisión del emperador Teodosio de hacer del cristianismo religión oficial del Imperio (año 380). Esto no excluye que en algunos momentos anteriores hubiesen podido construirse templos, o adaptarse casas de modo estable como lugares de culto, en aquellos lugares donde por motivos varios los cristianos gozasen, ya antes, de amplios periodos de tolerancia y paz (véase el caso de la famosa Casa cristiana de Dura Europos datada del 232/233 en la actual Siria). Cuando se celebra el primer concilio de Toledo, para frenar el priscilianismo, del 397 al 400 (asisten 19 obispos de toda Hispania), es seguro que se reúnen en la Basílica, primera Catedral toledana, de la que no sabemos nada, salvo que su emplazamiento con mucha posibilidad se situaba en la zona de la actual Capilla de la Descensión de nuestra Catedral.

 

La destrucción de la Basílica de Santa María.

 Los musulmanes irrumpen en Toledo pronto, unos meses tras la batalla de Guadalete (711, entre el 19 y 26 de julio), saben que esta es la capital del reino visigodo y ambicionan saquear sus tesoros y asegurarse la eliminación del poder visigodo-católico. Ya antes de la llegada de los musulmanes a la Capital, un importante número de dignatarios visigodos supervivientes de Guadalete y sus gentes (mayoritariamente del partido de don Rodrigo) huyen de la ciudad llevándose cuantas riquezas pueden, otras serán escondidas. Pero en este momento la población y su clero permanecen mayoritariamente en la Ciudad. Allí, quedan también, por ahora, los cuerpos de los santos y de los grandes personajes eclesiásticos y civiles en sus tumbas.

La actitud de los recién llegados desde el norte de África es tolerante, no sólo por respeto a las prescripciones del Corán respecto a los “hombres del Libro”, sino también por la dificultad para controlar el antiguo reino visigodo, extenso como era, con los efectivos militares que en ese momento contaban. Fijan cuarteles, realizan operaciones de castigo y saqueo y donde no se les ofrece resistencia formalizan pactos (como en Toledo), donde encuentran resistencia, sitian y castigan, para atemorizar a las poblaciones (como ocurrió al parecer en Mérida).

En Toledo tras el 711 se establece un “statu quo”. Algunas iglesias, como la del Salvador se convierten en mezquitas. Pero, como hemos dicho, la Basílica de Santa María se mantiene como Catedral católica, en una ciudad ahora gobernada por los musulmanes. Junto a la Catedral, se alza pronto una Mezquita mayor, las dos cerca del antiguo Foro romano y de las zonas comerciales de la Ciudad. Toledo ve como poco a poco la población se reparte por barrios según su adscripción religiosa, musulmanes, cristianos y judíos.

Pasados 80 años la situación empieza a cambiar. Los musulmanes van creciendo en número, vienen más desde Oriente y África y se da un goteo de conversiones de antiguos cristianos al Islam (unas sinceras, otras oportunistas, especialmente de antiguos dignatarios visigodos). Toledo y su área de influencia pierde población, se dan unas primeras migraciones de poblaciones de cristianos hacia el norte, menos o nada islamizado. Los musulmanes priorizan Córdoba como capital más influyente de su dominio ibérico. Pero sobretodo crece la presión sobre los cristianos buscando su conversión al Islam. En este contexto ha de entenderse la pugna dentro de la Iglesia Hispana entre su cabeza, como Arzobispo de Toledo, Elipando (episcopado 783-808) y sus detractores. Elipando pretende “acercar posiciones con el Islam” presentando de modo arcaico, con un lenguaje un tanto “monarquiano” (que destaca la unicidad divina), el misterio de la Trinidad. Algunos Obispos de la zona más arabizada se oponen a él por ambición, los cristianos de zonas poco o nada arabizadas, como Beato de Liébana lo toman por hereje adopcionsta (así lo verán también Alcuino y el concilio de Francfort o León III y el concilio de Roma del 798, donde es condenado).

Entretanto se produce alguna nueva migración de cristianos de Toledo hacia el norte repoblando las zonas del Duero donde nacen Zamora o Toro a finales de este siglo IX y lo mismo volverá a pasar en el inicio del siglo XI. Córdoba y su califato decaen y se prepara el nacimiento de poderosas taifas, como la de Toledo. El Islam en Toledo prepara su edad de oro. Con el Arzobispo Pascual se intenta salvar la Sede toledana. Su ordenación en León nos hace pensar que ya se había arrasado la antigua catedral de santa María de Toledo para agrandar la contigua mezquita y competir en grandeza con la de Córdoba.

Entre el final del pontificado de Ubayd Allah ben Qasim y el inicio del de Pascual podemos situar la desaparición de nuestra antigua Basílica-Catedral de Santa María, pero los musulmanes respetaron y mantuvieron en su lugar una importante y significativa “piedra” del presbiterio de la antigua Basílica, la pilastra que sostenía la mesa de su Altar mayor, la que se conocerá como “piedra de la Virgen” que será una preciosa reliquia dentro de la Mezquita mayor, en el lado norte de la misma, casi de frente al mihrab, situado en el muro sur, mirando a Córdoba, según la costumbre de los musulmanes de Al-Ándalus. Esta piedra/reliquia de la presencia de la siempre virgen María en Toledo evocaba la defensa que el Corán hace de la virginidad de María, madre de Jesús (encontramos estas alusiones en el Corán en las suras 3,23-63; 4,156; 5,17.72; 19, 16-40; 23,70; 66,12). Destruida la Basílica-Catedral los mozárabes toledanos mantenían vivo su recuerdo mirando a la Mezquita mayor, viendo en ella el relicario de la “Piedra de la Virgen”, objeto de piedad de musulmanes y cristianos.

 

Resurge la Basílica de Santa María.

El único problema de los cristianos de Toledo no era convivir con sus gobernantes musulmanes. Los cristianos del norte estaban cada vez más romanizados. La zona al norte del Ebro, la antigua “Marca Hispánica”, ahora ocupada mayoritariamente por la corona de Aragón, dejó en torno al año 1070 el Rito Hispano y abrazó el Romano (cosa que comenzó a gestarse mucho antes en los territorios de la actual Cataluña debido a la presión de los francos); por su parte, al norte del Tajo, Castilla y León abrazarán, a impulso del Camino de Santiago y de los Legados papales, el nuevo Rito tras el concilio de Burgos (1080), justo el año de la muerte de don Pascual, el último Arzobispo de Toledo cabeza del Rito Hispano en todos los territorios del antiguo Reino Visigodo de Toledo. Precisamente en el momento en que durante el pontificado de don Pascual se había producido un fortalecimiento y una reorganización de la comunidad cristiana mozárabe en Toledo.

Toledo pacta en 1085 su entrega en manos del rey Alfonso VI. La ciudad, después de más de tres siglos gobernada por musulmanes, vuelve a ser regida por los cristianos. Pero con la llegada de Alfonso VI la Ciudad ve aparecer un gran número de cristianos de Rito romano procedentes de Castilla, de León y de Francia. Con ellos no pocos clérigos, entre otros don Bernardo, el que pronto sería nombrado Arzobispo de Toledo, el primero de Rito romano (nacido en Francia fue monje benedictino cluniacense en Aux, de allí viene a Castilla y es nombrado abad de Sahún; llega a Toledo con el Rey Alfonso para ser Arzobispo, la confirmación de su nombramiento se retrasa por la muerte del Papa (Gregorio VII), será Urbano II quien lo confirme y le de el nuevo título de “Primado” el 18 de diciembre de 1086.

Bernardo aplica en España y singularmente en Toledo los principios de la llamada “reforma gregoriana” y realiza la reorganización de la Archidiócesis en su delicado paso al Rito romano. En acuerdo con el Papa y el Rey se permite a los Mozárabes de Toledo conservar su Fuero y parte de su Liturgia, como elementos del antiguo Rito que perviven ahora como “privilegio” dentro de la vida del Rito romano. Bernardo tiene que pensar en poner en funcionamiento una Catedral y un Cabildo dignos de la Primera Sede de España. En ese momento una pequeña parroquia mozárabe actuaba como Catedral, la iglesia de las santas sevillanas Justa y Rufina, pero, por los acuerdos con los mozárabes, esa iglesia seguiría vinculada al Rito Hispano o Visigodo.

En ausencia del Rey, don Bernardo y la Reina Constanza irrumpen en la Mezquita Mayor con tropas, expulsan de ella a los musulmanes, y colocando un Altar junto a la famosa “Piedra de la Virgen”, sobre el lugar de la antigua Basílica de Santa María, celebran la Misa de la Virgen en Rito romano y dedican la Mezquita, desde ese momento, al Culto católico.

Pero este no dejó de ser un paso en falso en el delicado entramado social del Toledo de finales del siglo XI. La ocupación de la Mezquita había violado la palabra dada por el Rey a los musulmanes toledanos. El Rey, al saberlo, montó en cólera y aceleró su regreso a Toledo dispuesto a pedir cuentas a la Reina y al Arzobispo. La tradición cuenta que sorprendentemente el representante o Cadí de los musulmanes de Toledo, sale al encuentro de Alfonso VI, reconoce que el Rey no ha querido quebrantar su promesa y acepta, en nombre de su comunidad, los hechos consumados, por el bien de la paz; pide sólo al Rey poder utilizar otra de las mezquitas como Mezquita Mayor y poder así seguir practicando su religión en la Ciudad.