El secreto de la cripta de la Primada

La catedral impulsa la exhibición pública de la urna de Santa Úrsula

Casi todos hemos oído hablar de su martirio, junto a las 11.000 vírgenes, en un relato histórico-legendario que inspiró la pintura de Caravaggio o Rubens y dio pie a innumerables poesías, novelas, esculturas y relicarios. Pero pocos, muy pocos, sabían que La Primada guarda desde hace más de 4 siglos el esqueleto de Santa Úrsula en la antigua Capilla del Sepulcro, una cripta cerrada habitualmente al público. Este año, por fin, el cabildo ha tomado la decisión de restaurar el espacio y dar a conocer la urna de la santa, por su innegable interés histórico, y para honrar, como se merece, a la llamada patrona de las jóvenes.

El Concilio Vaticano II, en el punto 111 del Sacrosanctum Concilium, dice que «(…) De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias(…)». Y la Catedral de Toledo es un claro ejemplo de ese culto porque, a lo largo de su milenaria existencia, ha venerado más de un centenar de relicarios que, desde 1591, se custodian en el “Sacrarium” catedralicio (la Sala de El Ochavo) que el cardenal Quiroga ordenó construir para alojar todas las reliquias que se encontraban dispersas por el templo.

Pero hay una reliquia fuera del Ochavo y de la que apenas hay documentación. Se trata de los restos de Santa Úrsula. Y permanecen custodiados tras las rejas de la cripta central del templo, convertida en capilla en tiempos del rey Sancho IV de Castilla (1284- 1295) para que fuera enterrado en ella. La singularidad del continente (debajo del altar mayor), y sobre todo la de su contenido (un esqueleto de una mujer dentro de un sarcófago) confiere tanto a la cripta de la catedral como a la propia reliquia, una importancia que hasta la fecha no había sido expuesta al público, ni investigada, ni reconocida.

Una cripta real para una mártir santa

El espacio puede considerarse el epicentro de la Primada; es la cripta original de la catedral, situada sobre la antigua Capilla de la Santa Cruz y El Altar Mayor, que Sancho IV (El Bravo) reserva para su propio sepulcro después de trasladar los de Alfonso VII el Emperador, Sancho III el Deseado y Sancho II Capelo de Portugal, a la Capilla de la Santa Cruz.

Pero a finales del S.XV, el cardenal Cisneros (1495-1517) decide trasladar el culto funerario de los Reyes a la Capilla del Espíritu Santo, que a partir de ese momento pasa a llamarse de Reyes Viejos para diferenciarla de los Reyes Nuevos (construida para la dinastía de los Trastámara), aunque los restos de Alfonso VII, su hijo Sancho el Deseado y Sancho el Bravo permanecen en los laterales de la capilla mayor.

Durante años la cripta custodió distintas reliquias, como otros espacios catedralicios, hasta que a finales de siglo se concentran en El Ochavo. Pero el cardenal Pascual de Aragón (1666-1677) necesitaba un espacio singular en la catedral para los restos de Santa Úrsula que le había regalado la duquesa de Feria – esposa de su hermano, Pedro Antonio de Aragón-, y pertenecían al papa Clemente X (según el investigador y miembro de la Real Académia de Artes y Ciencias Históricas de Toledo, Mario Arellano García). Para tal fin decide construir una urna de madera y cristal con el escudo cardenalicio en su frontis y dejarlo sobre el altar central de la cripta, frente a la espectacular talla del entierro de Cristo elaborada por el maestro Diego Copín de Holanda.

Con el actual proyecto de restauración de la cripta, Toledo se une al grupo de ciudades donde se exponen otros relicarios ursulinos, como los de la Basílica de Colonia, la arqueta del Hans Memlingmuseum de Brujas, la de la Catedral de Santa Cecilia, los bustos de Castiglion Fiorentino o de la Catedral de Pamplona, y los relicarios de Sant Joan de Valls, del Museo de Arte e Historia de Durango o el Diocesano de Álava.

Detalles de la cripta

La primera visión es sobrecogedora. Se accede por uno de los dos pasadizos laterales del altar mayor que sirven ahora de entrada y salida del espacio abierto al público. La altura de la escalera de piedra que conduce a la cripta subterránea, de apenas una docena de peldaños, nos obliga a caminar encorvados durante unos segundos hasta que descubrimos los tres altares laterales de la pared semicircular; el central dedicado al Santo Entierro -con una espectacular talla de Diego Copín-, otro dedicado a San Sebastián – con pinturas de Francisco Ricci-, y un tercero a San Julián.

Una vez dentro, nos llamarán la atención los techos abovedados y las enormes rejas de hierro que impiden el acceso al altar mayor que preside todo el conjunto y sobre el que ya podemos ver la urna de Santa Úrsula.

Al acercarnos comprobaremos que dos grandes cristales enmarcados en el frontis de la estructura de madera dejan ver el esqueleto entero; el cráneo (sobre una almohada y coronado con una diadema), y el cuerpo y las extremidades (protegidas por una especie de maya metálica en la parte superior, y sujetas por una tela rígida que mantiene unidas cada una de las partes), en un cuidado trabajo de embalsamado.

Santa Úrsula

La iglesia católica celebra su festividad cada 21 de octubre y la considera patrona de los “pañeros” (de la industria textil), los huérfanos, las maestras y las jóvenes en general, ya que en torno a su vida y su legendario martirio se creó una enorme devoción en la Edad Media que ha permanecido hasta nuestros días gracias a la promoción de su figura que en España hizo Beatriz de Suabia (esposa de Fernando III de Castilla), y a la orden religiosa creada en el S.XVI (Las Ursulinas), por la religiosa italiana Ángela de Mérici.

Leyendas aparte, la historia recoge la existencia en el S. IV de una princesa bretona llamada Úrsula, hija del entonces Rey de Bretaña (Donatu), que fue pretendida por un príncipe pagano al que rechazó para mantener sus creencias cristianas y su virginidad. Y para lograr la consagración de sus votos, la princesa embarcó en peregrinación hacia Roma junto a once doncellas de su séquito, donde llegó a ser recibida por el papa Ciriaco. Pero de regreso a Bretaña, fue capturada en Colonia por los bárbaros capitaneados por Atila, que se enamoró de la princesa y le pidió que renunciara a su fe y se casara con él, algo que Úrsula volvió a rechazar y provocó que la princesa y su séquito fueran ejecutadas con arqueros (por eso, a Santa Úrsula se la suele representar con una flecha y una ancha capa bajo la cual protege a su sequito).

La devoción a la joven Santa cobra fuerza en el S. IX cuando aparecen en Colonia los restos de una iglesia del siglo VI con un epígrafe que algunos interpretaron como: «Martirio de Úrsula y 11.000 vírgenes», y que dió pie al histórico error en torno al tamaño del séquito de la princesa ya que, siglos después, se descubre que la traducción correcta del número de mártires que acompañaron a la Santa en sus últimos años de vida es de 11 y no de 11.000. Sobre esa iglesia se edificó la actual Basílica de Santa Úrsula, en cuyo interior hay una inquietante estancia, la “Cámara de Oro”, con los restos óseos de miles de esqueletos de una antigua necrópolis romana local que algunos siguen atribuyendo a las 11.000 vírgenes ursulinas.

Y tras la segunda guerra mundial, la leyenda del martirio de Santa Úrsula y sus vírgenes volvió a ser actualidad al encontrarse en la basílica de Colonia el cementerio original de la primitiva iglesia con un sillar de piedra, expuesto ahora en el coro, en el que se puede leer que el edificio fue construído “en el lugar donde algunas vírgenes encontraron la muerte por su fe (“..sanctae Virgines pro nomine Christi sanguinem suum fuderunt …”).

El Santo entierro de Cristo, de Diego Copín

Este grupo escultórico de madera policromada tallada por Diego Copín en 1514, (Diego de Holanda), fue un encargo expreso de una comunidad religiosa, según recoge la historiadora Margarita Estella en sus “Apuntes para el estudio de los Entierros del siglo XVI”.

La policromía original fue realizada por Juan de Borgoña, aunque la talla fue repintada en el S. XVII.

Copín es también es el autor de algunas tallas del altar mayor de la Primada, así como del Sepulcro de Reyes Viejos, del pórtico de entrada a la Sala Capitular y, junto a otros escultores, de la portada de la Fachada de los Leones.

Todas estas obras, junto a “El Entierro” o “Santo Entierro de Cristo” representan, según los expertos, la españolización de los escultores y tallistas franceses y centroeuropeos que trabajaron como maestros en España enriqueciendo el panorama artístico del primer tercio del siglo XVI.

La escena describe como María, San Juan y las tres Santas Mujeres, contemplan, de pie, el cuerpo muerto de Cristo en la sábana que sostienen José de Arimatea y Nicodemo, semiarrodillados a la cabeza y los pies del sepulcro.

La obra es un claro exponente del delicado realismo de esta escuela, de la Copín es su máximo exponente en la catedral de Toledo, aunque dejó también algunos trabajos en las catedrales de Burgos y León.