Las lágrimas de San Pedro

Sacristía de la Catedral de Toledo

Para mí, la ciudad de Toledo es el mayor monumento a la trascendencia de la vida humana, una permanente apelación a la dimensión espiritual del hombre, a los deseos de eternidad que están inscritos en nuestra naturaleza. Sus calles, sus monumentos, sus iglesias, sus conventos nos pueden evocar de continuo el anhelo expresado por Agustín de Hipona: “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.

Toledo, un gran monumento de la cristiandad, asentado en donde la cultura, con la ciencia incluida, naturalmente, prendió en toda su dimensión desde el Rey Sabio en el siglo XIII. Toledo, capital de un imperio y cabeza de una comarca con sus tierras de pan llevar. El viajero llega a Toledo con muchas y variadas actitudes vitales. Podrá encontrarse con las raíces visigóticas que forjaron una Hispania romana ya identificada con el cristianismo, pero que pronto habría de aprestarse a reconquistar su fe cristiana frente al invasor. Podrá rastrear el camino de los grandes santos, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz que pasaron por nuestra ciudad, encrucijada de la cristiandad, lugar de debate teológico, centro propicio para las más elevadas aspiraciones del saber acerca de lo sobrenatural. Tendrá, el viajero en Toledo, tantas ocasiones de evocar nuestra historia a través del arte como cima de creación humana.

La catedral de Toledo compendia lo que esta ciudad supone, desde sus raíces a lo que para muchos, entre los que me encuentro, puede señalar el camino para el futuro de la humanidad, del hombre que se identifica con la búsqueda de la plenitud, en la aspiración al encuentro con el Absoluto.

Visitante que llegas a ese monumento catedralicio, muestra del talento y la creatividad de arquitectos, pintores, escultores que supieron interpretar con sentido la fe católica, es decir universal, tendrás la oportunidad de acceder a la impresionante sacristía. Nada es accesorio en la catedral toledana, su sacristía mucho menos. Tras recorrer la antesacristía, encontrarás una muestra genuina del legado que los pinceles del cretense Domenikos Theotocópulos dejaron en la ciudad que lo acogió. Bajo la bóveda del techo pintado al fresco por Lucas Jordán, un impresionante “Expolio” de Jesús en el retablo de un altar. La abundancia de figuras humanas en la escena en la que el Maestro es prendido te podrá retraer a los habitantes de mi tierra toledana de aquellos siglos.

Pero, sobre todo, en el muro detrás del altar a la derecha, cabe fijar los ojos en un cuadro que recoge el llanto de quien Jesús había elegido como piedra angular de su Iglesia. Con las “lágrimas de San Pedro” El Greco acertó a pintar por primera vez los sentimientos. Las manos de Pedro, recogidas sobre el pecho, sus ojos humedecidos que se elevan hacia arriba, su mirada que súplica de perdón, su rostro que refleja a quien siente el más sincero de los arrepentimientos. Todo en este cuadro evoca una de las escenas de mayor plenitud de los evangelios, el apóstol elegido como líder siente el arrepentimiento por haber traicionado a su maestro amado. Es la vía en la que cualquier pecador puede experimentar la Redención en el abrazo del Padre.

 

– César Nombela Cano –
Catedrático de Microbiología