EL CORAZÓN DE UNA CIUDAD

Por Daniel Gómez Aragonés, historiador y escritor

Hay construcciones o lugares en determinadas ciudades que son mucho más que construcciones o lugares, valga la redundancia. Así, estimado lector, ¿podría imaginarse Roma sin la basílica de San Pedro del Vaticano? ¿Podría imaginarse Jerusalén sin la iglesia del Santo Sepulcro, el muro de las Lamentaciones o la explanada de las mezquitas? ¿Podría imaginarse París sin la torre Eiffel? ¿Podría imaginarse Londres sin el Big Ben? ¿Podría imaginarse New York sin la estatua de la Libertad? Pues bien, alguien podría imaginarse la ciudad de Toledo sin su Catedral…Imaginamos, suponemos y deseamos que la respuesta sea que no. Y es que estamos ante una verdad tan rotunda como la propia Catedral.

En nuestros humildes años de estudio y divulgación de la Historia en general y de la urbe del Tajo en particular, siempre hemos considerado que si tuviésemos que escoger un edificio que fuese considerado la cabeza de Toledo, este sería el Alcázar, símbolo del poder monárquico y político-militar. En el caso de buscar el corazón, no tendríamos que escudriñar las, en muchos casos, laberínticas calles ni someter la decisión a debate, puesto que no lo admitiría. El corazón de Toledo, que no es una ciudad cualquiera para España ni para Occidente, es indudable e indiscutiblemente la Catedral Primada. Es más, si se nos permite la metáfora, a vista de pájaro el sagrado edificio actúa como un corazón al que llegan las calles a modo de venas y arterias, y que a la par conectan con otros destacados edificios toledanos. Más allá de esta licencia que se mueve entre lo poético y el «remedo biológico», nuestra Catedral igualmente es el corazón religioso de España, entre otras cuestiones, por su condición de Primada de España y, consecuentemente, su arzobispo como el Primado de España. A partir de aquí podríamos entrar en el valor, el legado y la trascendencia de la también conocida como dives toletana para lo cual, en verdad, necesitaríamos una magna obra como por ejemplo la publicada en el año 2010, La Catedral Primada de Toledo. Dieciocho siglos de Historia, coordinada genialmente por nuestro siempre querido y añorado historiador y académico don Ramón Gonzálvez.

Desde nuestra humilde posición, consideramos que buena parte de ese inmenso valor, legado y trascendencia de la Catedral se debe a cuatro hombres directamente vinculados a ella y que sin estar ligados a esta, no hubiesen trascendido a la Historia de la manera tan excepcional en que lo hicieron. Si de nuevo se nos permite el tono distendido, en una entrevista realizada para el diario ABC, nos preguntaron sobre qué personaje considerábamos más importante para Toledo. Pues bien, en nuestra respuesta a dicho periódico se encuentran los nombres de esas cuatro personas que señalábamos en su directa ligazón con la Catedral. Independientemente de la dificultad de responder a tal pregunta, de la profunda relación de Toledo con la monarquía desde época de los reyes godos y de que resulta complicado seleccionar una única figura, nos quedamos con la figura genérica del arzobispo y de entre todos ellos con San Ildefonso, Jiménez de Rada, el cardenal Cisneros y el cardenal Lorenzana. En el caso del primero de ellos, motivos como el hecho de ser el modelo religioso de la Iglesia toledana, su presencia iconográfica en la archidiócesis, su férrea defensa de la virginidad de María y los milagros que rodearon su vida son argumentos más que suficientes. En el segundo caso, la consecución de la bula papal que confirmaba la primacía eclesiástica de Toledo, la colocación de la primera piedra de la Catedral, su esencial participación en la determinante batalla de las Navas de Tolosa y su fundamental obra De Rebus Hispaniae o Historia de los hechos de España también son razones más que suficientes. En el tercero de los casos, la reforma y el engrandecimiento de la archidiócesis, la recuperación del rito visigótico-mozárabe, las obras realizadas en la Catedral y su relación con la reina más grande nuestra Historia, Isabel la Católica, a la que par que su lealtad a los Reyes Católicos son otras buenas muestras de lo señalado. Y en el cuarto caso, su labor cultural-intelectual, las muchas obras públicas acometidas, las obras en la Catedral y el Palacio Arzobispal, la apertura de la Biblioteca arzobispal y la creación los gabinetes de ciencias naturales y de antigüedades son del mismo modo acciones que justifican nuestra cuádruple respuesta.

A colación de lo anteriormente señalado, bien podríamos decir que estos cuatro prohombres toledanos, al igual que otros arzobispos e incluso desde el propio Cabildo catedralicio, «hacían ciudad» y, a la par, con sus disposiciones acababan generando y potenciando la identidad urbana de Toledo. Por ende, la influencia de la Catedral, como edificio, como institución y como punto de confluencias de grandes figuras eclesiásticas,  tuvo, tiene y tendrá una influencia primordial en la ciudad de Toledo. Así, desde el gran templo toledano a lo largo de los siglos se impulsó el desarrollo de la ciudad y el crecimiento del propio templo supuso la llegada a la urbe del Tajo de ilustres miembros de la Historia del Arte Español como los arquitectos Enrique Egas, Juan Guas, Alonso de Covarrubias y Jorge Manuel Theotocópuli, pintores como Juan de Borgoña y El Greco, escultores como Alonso de Berruguete y Narciso Tomé, rejeros como Francisco de Villalpando y orfebres como Enrique de Arfe, entre otros muchos más. Esto suponía que un gran número de personas a lo largo de los siglos, tanto de las que conservamos sus nombres como de las que no, trabajaron en y para la Catedral, por tanto, estamos ante un motor económico de la ciudad por esta y otras más razones. Y es que la dives toledana a través de sus necesidades y demandas a múltiples generaba un tejido socioeconómico vital para la ciudad de Toledo.

De esta manera la Catedral condicionaba, en el sentido positivo del término, los planos urbanístico, constructivo, artístico y económico toledanos. Pero no sólo esto, sino que también marcaba el plano intelectual al ser un lugar de crecimiento y proyección para muchos intelectuales toledanos y como foco de atracción de múltiples intelectuales foráneos. Se podrían dar muchos ejemplos, pero vamos a optar por tres episodios de dicho desarrollo cultural e intelectual que la Catedral proporcionó a Toledo ―en verdad, habría que decir que proporcionó a Castilla, España, Europa y el mundo―. Estos fueron: tras la Reconquista en el año 1085 por parte del rey Alfonso VI llegaron eclesiásticos francos que pasaron a ser arzobispos e impulsaron sobresalientes labores de traducción, gracias al cardenal Cisneros se emprendió una ardua tarea de compilación e impresión del rito visigótico-mozárabe que evitó su terrible pérdida ―amén de la creación de la capilla mozárabe―, y con el cardenal Lorenzana se realizaron magníficos trabajos como la edición sobre la patrística toledana y la recuperación de la obra del cardenal Cisneros sobre el rito visigótico-mozárabe. Empero, hay más porque igualmente la Catedral define el plano simbólico de Toledo desde un eje político-monárquico al ser lugar de enterramiento de reyes y esto no es una cuestión baladí, ya que hay más lugares en España con sentido de panteón real. Desde nuestro prisma, esta aseveración queda clarificada cuando vemos que en la Catedral se enterró Alfonso VII el Emperador, el primer monarca cristiano que se entierra en Toledo desde los reyes godos y, obviamente, lo hace en un lugar sagrado y simbólico aunque a mediados del siglo XII todavía no hubiesen comenzado las obras propiamente dichas de la catedral. Del mismo modo, Sancho IV el Bravo se enterró en la Catedral, dejando clara la legitimidad de su reinado tras el enfrentamiento con su padre Alfonso X. Y, por último, ¿dónde se entierraron los primeros reyes de la dinastía Trastámara (Enrique II, Juan I y Enrique III,) Pues la respuesta es evidente: en la Catedral de Toledo. La mejor manera que tenía la nueva dinastía que ocupaba el trono castellano en legitimarse para la eternidad, era enterrándose en la Primada de las Españas.

Estimados lectores, llegados a este punto, es de vital importancia que entendamos que Toledo es «nuestra Jerusalén», es «nuestra Roma» y no podría serlo sin su corazón, la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo consagrada a Nuestra Señora, la Virgen María, de ahí la significación de Toledo y de su gran templo.

Teniendo en cuenta lo expuesto y contando con otras diversas cuestiones que hemos señalado en distintos lugares, Toledo es la capital espiritual de España y su Catedral, más allá de su trascendencia dentro del Patrimonio de la Humanidad o de su importancia como punto de atracción turística, artística y cultural en pleno siglo XXI, debe ser un punto de encuentro y de reflexión de todos y para todos, y un espacio que nos permita saber de dónde venimos, dónde estamos y, quizá, hacia dónde vamos.

Y para cerrar nuestro humilde homenaje a la Catedral de Toledo ahora que nos adentramos en unas fechas muy señaladas con motivo de su futuro VIII Centenario, qué mejor que recordar unas palabras del Fénix de los Ingenios, Lope de Vega, que siempre mencionamos a la hora de ensalzar a Toledo y que hablando en esta ocasión de su corazón ―la Catedral, insistimos, sin la cual nada de lo expuesto y de lo argumentado tendría sentido ni sería posible―, cobran más sentido si cabe:

 Al fin, Toledo insigne, ínclita, fuerte,

Toledo la imperial, la ciudad noble,

la cabeza de España, aquella antigua

famosa corte de los reyes godos;

que como el corazón es en el cuerpo

el centro y el principio de la vida,

así es Toledo corazón de España;